Entiendo mi práctica fotográfica como un ejercicio de deriva y un acto de vulnerabilidad. Para mí, fotografiar es una forma de conectar con el entorno saliéndose del libreto cotidiano: la ciudad deja de ser el lugar que habito para convertirse en un territorio extraño, donde mi rol es recortar espacios y tiempos que emergen del paisaje. En esta búsqueda desde el extrañamiento, la forma prima sobre el resto de las características del entorno. Privilegio el acto fotográfico y esa chispa incontrolable que precede a la razón y dicta el momento del disparo. Es un proceso de doble vía: al asomarme a capturar el afuera, inevitablemente expongo mi interior. Al final, cada imagen funciona como una construcción de memoria donde el registro del mundo termina siendo una forma de autorretrato.